Al dar el primer paso entendí que sería el último. Volteé asustado, antes de parpadear, era terriblemente arroyado por las ruedas del bus que me arrastró como una cuadra. Los locatarios del mercado, que me alimentaban todos los días, quedaron atónitos. Sentí entre giros el crujir incesante de mis huesos que se molían con cada metro que avanzaba. Sólo Humberto, el de las revistas usadas, detuvo otra máquina que venía encima. Al acercarse leí en sus ojos que ya no había nada que hacer… le ladré despacito… luego tomó mi cola y me arrastró hasta la orilla.
Pero cuatro patas…me dijo…mientras se enjugaba las lágrimas que corrían por su rostro… como te fue a pasar esto, tantos años vagando por las calles, tanto conocer el tráfico, mejor aún que cualquier otro vagabundo del sector…en que pensabas…cuéntame amigo…háblame….
Sí…cuatro patas era el nombre que me pusieron los vagabundos que habitaban el barrio…sería porque acudía a los mismos lugares que ellos a buscar comida o abrigo; la diferencia entre ellos y yo, era evidente…la cantidad de patas.
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